viernes, 18 de julio de 2025

La pesca, Yolanda Nava



Mis inicios en la pesca no han sido fáciles. Me pasé tardes enteras mirando el río durante horas sin que mi caña diera muestra de movimiento alguno. Paciencia, me pedía padre. Sin paciencia no hay pescador.

Pensé que quizá estaba buscando en aguas equivocadas y, sin decirle nada, probé con otros anzuelos en otros lugares. Los resultados no cambiaban y a punto estuve de abandonar. Pero una tarde la caña se movió y al tirar de ella descubrí un torso femenino que guardé en un punto ciego del cobertizo. Al otro día prendieron en la caña unas extremidades sanas y tersas. Emocionado seguí probando suerte en aquel estanque oculto a los ojos de mi familia. La cabeza fue mi mayor logro, era perfecta, con una espesa cabellera cobriza y unos ojos ambarinos llenos de vida.

Completé el puzle.

Creo que padre sospecha algo. Me ha prohibido visitar el estanque y, cuando le pregunto por el extraño color ambarino de los ojos que comparto con la tía Celeste, antes de contestar que es por genética, le tiembla la barbilla, como le ocurre cuando no sabe qué decir.