domingo, 31 de enero de 2021

sábado, 30 de enero de 2021

La que bien te cuenta. Elisa de Armas


             Imagen tomada de la Red

No hay dos viajeros que llegando a Eulogia vean la misma ciudad, pues Eulogia gusta de mostrarse tal como el viajero la desea. Para este será un jardín cercado de mirto donde lo espera una muchacha dormida al arrullo de la fuente. Aquel encontrará un mercado bullicioso en el que los vendedores vocean las virtudes de las sedas de China, del azafrán de Persia, de los volúmenes impresos en Amberes. Buscarán algunos en sus calles encaladas un taller donde un anciano sordo construye autómatas y otros, un burdel escondido en un pasadizo o una taberna donde se permita el cante. Habrá quien recorra la oscuridad de sus rincones esperando recibir la herida de una daga que cause la herida mortal. A todos los acoge Eulogia y a todos se entrega sin juzgarlos, salvo a los que, en lugar de soñarla, se empeñan en adivinar cuál es su auténtica naturaleza. Para estos solo será un laberinto de paredes grises desde cuyas ventanas enrejadas se divisan árboles raquíticos. 

martes, 26 de enero de 2021

Inspiración. Isabel González


 Imagen tomada de la Red



Marcela, exhausta, no podía dejar de escribir. El olor putrefacto a carne descompuesta no tardo en invadir la estancia. Afortunadamente, su mano derecha seguía en buen estado y pudo firmar la novela.

lunes, 25 de enero de 2021

Mareas. Salvador Terceño


 Imagen tomada de la Red

De niño siempre veraneábamos en septiembre, un mes, como solían explicarnos cada año, sin muchedumbres ni calor. Mis padres trabajaban todo el verano y el día uno salíamos a disfrutar nuestra esperada quincena de playa. Éramos muchos hijos y resultaba necesario buscar lugares tranquilos donde gozar del sol y del mar.

Les encantaba plantar la sombrilla muy cerca de la orilla, cuando la marea estaba baja, y esperar a que subiera. En ocasiones, el agua comenzaba a cubrir nuestros pies y a anegar esterillas y bolsos. Mi padre detestaba tener que modificar nuestra posición y, un par de horas después, el agua nos llegaba al ombligo. Según la época y la fase del ciclo lunar, al final de la mañana o de la tarde, nos llegaba al cuello o incluso nos cubría la cabeza.

Perdimos a Juanito en el noventa y tres y a Lucía y Miguel en el noventa y cinco y noventa y seis, respectivamente. Éramos muchos hermanos y ya estábamos acostumbrados.
Lo que nos cogió por sorpresa fue que, en el noventa y ocho, tras bajar una marea crecida, el mar nos devolvió a Lucía, sana y salva. Apareció sentada en su sillita rosa, toda sonriente y cubierta de algas. Tengo hambre, dijo. Y mi madre le dio un bocadillo.

domingo, 24 de enero de 2021

Los que observan. Arantza Portabales Santomé

 


Imagen tomada de la Red


La madre, sigilosa, observa a la niña, que peina con esmero a su muñeca y le cuenta a esta que un monstruo de ojos amarillos vive dentro del armario. La mujer entorna con cuidado la puerta de la habitación y vuelve al salón.
El hombre, sigiloso, observa a su mujer que habla por teléfono con su hermana. Le cuenta que su hija ve monstruos que no existen en el armario.

El hombre, sin hacer ruido, cierra la puerta y coge su móvil para llamar al psiquiatra de su esposa. Le cuenta que esta vuelve a ver a una hija que no existe dentro de la habitación de invitados.

El psiquiatra, sin interrumpirlo, con sigilo, anota en su cuaderno que su paciente vuelve a hablar de una esposa inexistente.

Y usted, lector, sigiloso, cierra la página del libro mientras piensa que ese hombre no existe.

Y yo, a sus espaldas, sigiloso, lo observo a usted.

jueves, 21 de enero de 2021

Despedida. Asún Gárate


Imagen tomada de la Red

Cuando entraron en la cocina lo hallaron balanceándose de la viga. A la luz de los relámpagos sus ojos tan abiertos brillaban desesperados, como si aún no hubiesen alcanzado la calma, y bajo el bigote gris asomaba la lengua derrotada.

La mujer y el muchacho permanecieron quietos, sin darse siquiera la mano, escuchando entre trueno y trueno cómo el crujir de la madera iba acallándose hasta que el cuerpo detuvo su desconsolado vaivén.

Entonces ella se acercó, le quitó los zapatos y se los tendió al hijo: «Póntelos. Ahora eres tú el hombre de la casa». Él obedeció, sintiendo un escalofrío al meter los pies en los zapatos calientes.

La madre cogió del aparador dos platos, dos cucharas, dos vasos. Sin un gesto de cansancio ni un suspiro. «Lo descolgaremos mañana temprano. Luego yo iré a avisar al cura y tú, a la escuela, a despedirte del maestro y los compañeros».

Cenaron envueltos en ese silencio oscuro que dejan las tormentas tras de sí. Aunque el chico apenas probó bocado. No porque le asustara la sombra descalza de la muerte bailando sobre la sopa, sino porque le dolía ya la nostalgia por Anita, sus coletas rubias y sus tímidos besos.

Pegaso. Esteban Dublín


Imagen tomada de la Red



—Mariana, se acerca tu cumpleaños…
—Ya sé, papá….
—¿Qué te gustaría de regalo?
—Un pegaso…
—¿Un pegaso…?
—Sí, papá, un pegaso, ¿los conoces? Son caballos con alas… Se encuentran muy fácil...
—Muy fácil, claro… ¿dónde consigo uno?
—Papá, ¿cómo me preguntas eso? Cualquiera que quiera puede conseguir un pegaso.
—Sí, hija, claro… Me gustaría saber dónde lo viste para poder comprártelo…
—Papá…. ¿pero qué cosas dices? Los pegasos no se compran…
—¿Cómo que no se compran…? Todo se compra, Mariana. Nada es gratis en la vida.
—Los pegasos se imaginan, papá, debes cerrar los ojos, pensar en uno y, luego, tararán… Aparecen.
—Claro, hija, claro… ¿No te gustaría otra cosa? Una muñeca… ¿Una bicicleta, tal vez?
—Papá, yo quiero un pegaso, pero no para mí, sino para ti…
—¿Para mí…?
—Sí, papá, yo ya tengo muchos…
—No, hija, gracias, pero yo no me puedo regalar un pegaso. Los pegasos no existen…
—Eso mismo dicen ellos…
—Dicen quiénes…
—Los pegasos. Dicen que los papás no existen.

miércoles, 20 de enero de 2021

Flechazo. Agustín Martínez Valderrama

 
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 Coincidieron en el tercero. Ella tendía la ropa. Él se dejaba caer por el patio de luces.

Notas falsas. Ginés S. Cutillas


 

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Eligió la melodía con cuidado. Debía ser lo suficientemente pegadiza e inusual. Al día siguiente, en la oficina, se pasó toda la mañana silbándola al oído de su compañero. Cuando por la noche llegó su mujer a casa tarareándola, se confirmaron sus sospechas.

sábado, 16 de enero de 2021

La carta. Luis Mateo Díez


 

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Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.

Cuenta atrás. Ángel Olgoso


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Siete decenios. Seis trabajos. Cinco infidelidades. Cuatro operaciones. Tres hijos. Dos latidos. Un suspiro. 

Prueba de vuelo. Eugenio Mandrini


 

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Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel. 

La llamada. Frederic Brown


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El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. Llaman a la puerta...

jueves, 14 de enero de 2021

Homenaje comprometido. Leonardo Dolengiewich


 Imagen tomada de la Red



Estamos aplaudiendo hace diez minutos. No podemos parar, estamos obligados. Tenemos las palmas rojas pero seguimos. Ya van treinta minutos. Algunos están lastimados. Mas sabemos que el castigo a la desobediencia podría ser severo. Una hora. A todos nos sangran las manos. El agasajado toma el micrófono. Dice que no exageremos, que se nota. Seguimos aplaudiendo.

Algo en común. Martín Gardella




Imagen tomada de la Red


Una noche como cualquier otra, en el camino de regreso a su casa, un hombre se desorientó de repente. Entró por error a un edificio incorrecto, tocó sin querer el timbre de un departamento equivocado, le abrió la puerta una mujer que no era la suya, jugó por un rato con niños ajenos, ocupó la cabecera de la mesa a la hora de la cena y, antes de echarse a dormir en una cama mullida y tibia, le hizo el amor a aquella dama tan generosa, que no paró de sonreír desde que lo vio cruzar la puerta. Por suerte, logró volver en sí al amanecer, para llegar a tiempo a la oficina, como si nada hubiera ocurrido.

Sin embargo, algo extraño sucede desde entonces. Todos los jueves a la noche, el hombre vuelve a confundirse y pasa la noche fuera de la casa. Su esposa, un poco preocupada al principio, notó que los síntomas que aquejan a su marido resultan ser bastante comunes. Basta con ver, por ejemplo, al vecino del cuarto piso, que todos los jueves sufre los mismos problemas de desorientación, y toca por error el timbre de su puerta.

Matiz. Hellén Ferrero


 

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- Era la mujer más hermosa de la tierra -gemía el viudo.

- Yo diría que la más sabrosa -reflexionó el gusano.

La vida ahogada. Miguelángel Flores


Imagen tomada de la Red



Nos suicidamos una y otra vez y seguimos vivos y perplejos. Nos hemos ahorcado, cortado las venas, disparado en la sien. Llegamos a lanzarnos desde azoteas, precipicios, a los trenes, del puente, al río para que nos llevara. Y nada. Lo último ha sido tirarnos desde un acantilado al mar con una piedra atada a los pies. Pero ni aun así. Es duro y esto tampoco es vida ni muerte para nadie. Y menos para una familia típica y asfixiada. Aquí en el fondo, mi mujer no se mueve cuando la miro para hacerse la ahogada y no preocuparme. Pero yo sé que respira sin hacer burbujas. El grande, que está en la edad del pavo, no me angustia demasiado, todo lo vive a su manera; y que por lo menos se está fresquito, dice, mientras ve pasar las medusas tumbado en el coral. Pero el pequeño, ese me rompe el corazón. Lo miro intentando pegar sin parar los cromos del álbum, que con tanta humedad no hay forma de que se adhieran, y su empeño me hace llorar y llorar de tristeza. Aunque con el agua salada no se nota y, encima, parece que ni tan siquiera el llanto aquí consuele.

miércoles, 13 de enero de 2021

El rascacielos. Paloma Hidalgo Díez


 


Imagen tomada de la Red


Él se enamoró de mí cuando el ascensor alcanzó la segunda planta. Yo ya le amaba en la primera. En la décima acepté el anillo; la boda, íntima, la celebramos en la decimoquinta. Tres más arriba llegaron los gemelos y la hipoteca. Elevamos sueños juntos una docena de plantas más, un tiempo perfecto en el que conjugamos el verbo amar hasta tener a Lea, plantamos el cerezo, y nos aficionamos a volar en globo. Pero en la trigésima subió ella, la mujer que ahora vive en sus pupilas. Rezo para que se baje en la siguiente, yo tendría, otra vez, dos plantas para enamorarle antes de alcanzar la última.

La cueva. Fernando Iwasaki



Imagen tomada de la Red


Cuando era niño me encantaba jugar con mis hermanas debajo de las colchas de la cama de mis papás. A veces jugábamos a que era una tienda de campaña y otras nos creíamos que era un iglú en medio del polo, aunque el juego más bonito era el de la cueva. ¡Qué grande era la cama de mis papás! Una vez cogí la linterna de la mesa de noche y les dije a mis hermanas que me iba a explorar el fondo de la cueva. Al principio se reían, después se pusieron nerviosas y terminaron llamándome a gritos. Pero no les hice caso y seguí arrastrándome hasta que dejé de oír sus chillidos. La cueva era enorme y cuando se gastaron las pilas ya fue imposible volver. No sé cuántos años han pasado desde entonces, porque mi pijama ya no me queda y lo tengo que llevar amarrado como Tarzán.

He oído que mamá ha muerto.

Matrushka. Miguel A. Zapata


Imagen tomada de la Red


El obeso mórbido bosteza y de su boca surgen los dos hombres más delgados del mundo, y al estornudar estos, vuelan al exterior desde la noche de cada uno de sus estómagos tres dragones enanos que vomitan fuego y expulsan en su última llamarada cuatro avioncitos en miniatura, dentro de cada uno de los cuales podemos atisbar, si aguzamos la vista y lupa en ristre, a un obeso mórbido a punto de bostezar.

martes, 12 de enero de 2021

El hatillo. Jesús Esnaola



Imagen tomada de la Red


Aquella misma noche, tras escuchar la decisión de Marta, subí a la azotea de casa con el fusil de precisión que usaba cuando iba de caza mayor. Saqué los prismáticos y miré con ellos alrededor de todo el edificio, intentando descifrar cuál sería la ruta más probable.

Hasta el amanecer no las oí acercarse. Venían dos juntas. Aguardé a que se separaran. Todo se complicaría mucho si no lo hacían. Tras unos segundos de tensión, una de ellas viró hacia el sur mientras que la otra siguió directa hacia mí. Cargué el fusil. Coloqué la rodilla derecha en el suelo y encajé bien la culata en mi hombro. Un disparo. Tal vez no me diera tiempo de hacer dos.

Apareció su cabeza en la mira telescópica. Contuve la respiración y mi dedo índice apretó suave el gatillo. La cabeza de la cigüeña reventó y el hatillo que llevaba en el pico con mi hijo, con nuestro hijo dentro, se precipitó al vacío. Cuando estaba a mitad de camino del suelo, desapareció como la pólvora de un fuego artificial pero sin luz, sin ruido.

Maneras de vivir. Rosana Alonso


 Imagen tomada de la Red


Papá elegía las horas de penumbra: de madrugada y al atardecer. Mamá prefería improvisar, según su estado de ánimo tocaba muerte salvaje o plácida. La abuela era tradicional y disfrutaba muriendo una vez al día, en la cama y haciendo aspavientos. Mi hermana presumía ante las amigas saltando desde el acueducto. Cómo se reían después, cuando ella se levantaba de improviso ante los ojos espantados de la gente. Y yo dejaba que me arrollara el expreso de las cinco. Pero hace tiempo que nos aburre la inmortalidad. Acabamos de secuestrar a un viejo, queremos descubrir el secreto de la vida. 

Largo invierno. Nicolás Jarque Alegre

Imagen tomada de la Red


Sin beso de buenas noches, la gran borrasca instalada en su habitación desde octubre vuelve a hacerse notar: el cielo se encapota, el viento se levanta murmurando reproches, desciende la temperatura a bajo cero. Al este de la cama empieza a llover y ella gimotea. Al oeste, él cierra los ojos, se refugia en la indiferencia y decide darle la espalda al mal tiempo. Mientras en el centro de la cama, sin que ellos lo aprecien, la montaña nevada que los separa aumenta su altura un centímetro más. 

lunes, 11 de enero de 2021

Una apacible tarde de verano. Iván Teruel.


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 Piensen en un frenazo agudo, de esos que taladran la conciencia de cualquiera. Interioricen, a continuación, el sonido que produce un saco de piedras contra el suelo. Recuerden, también, cómo se encoge un gusano cuando siente una amenaza, pero sustitúyanlo por tres corazones. Ahora viene lo más duro: imaginen a tres madres que hablaban distraídas en el parque y que ahora corren, con un llanto espeso en la garganta, hacia la carretera que hay tras los setos. La escena es terrible, sí. Sobre todo, porque, cuando lleguen al lugar del atropello, dos de ellas no podrán evitar sentir una dolorosa sensación de alivio.

Notas necrológicas. Francesc Barberá


 Imagen tomada de la Red

Dolores, Rebeca, Miguel, Fabio, Soledad, Laura, Sixto, Domingo. Repasa las esquelas, satisfecho, el asesino del pentagrama.

El niño que no sabía jugar. Ana María Matute



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Había un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra, con las manos quietas, como caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una sombra entre los ojos. << Si al niño le gustara jugar yo no tendría frío mirándole ir y venir>>. Pero el padre decía, con alegría: <<No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa>>.
Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.

Siseneg. Daniel Frini


 
Imagen tomada de la Red


  Seis días antes, murieron los animales. Cinco días antes, la lluvia mató toda vegetación. Cuatro días antes, la niebla borró cielo y firmamento. Tres días antes, el caos mezcló las aguas y la tierra. Dos días antes desapareció el hombre. En el último día, dije “apáguese la luz”. Después, descansé.

Uanhouu. Miguelángel Flores


Imagen tomada de la Red


Me pareció oír mi nombre mientras me secaba la cabeza con la toalla. Juanjo, dijeron. Pero no había nadie. Abrí la puerta, cariño, ¿me has llamado? No había sido ella.

Otro día ocurrió después de afeitarme. Y esa vez lo oí claramente, pero con acento. Sonó igual que como lo pronuncia mi profesora nativa de inglés: Uanhouu. Prestando atención, descubrí que había sido el desagüe. Sí, al quitar el tapón, decía mi nombre, Uanhouu.

Volví a llenar el lavabo por el placer de oírlo de nuevo. Y mirando fijamente el agua que se iba, me desvanecí detrás de ella, siendo absorbido por el sumidero. No me pregunten cómo, pero talmente fue. Ahora vivo en la curva que va del desagüe a la pared. Aquí encontré al llegar el anillo que perdí hace una década y una funda dental. No estoy mal, pero la echo de menos. Además, a veces llora y sé que es por mí. La oigo hacerlo, impotente, luego cómo orina y al final, siempre la cisterna. Ahora estoy aprendiendo a decir Maricarmen en desagüero. Y así me la traigo aquí conmigo. A fin de cuentas, pienso, a ella también le gustan el agua y los secretos.

La vida secreta de los ahogados. Mar Horno


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 Las olas, a veces, salen del mar. Abren sus fauces de agua y consiguen atrapar una gaviota, una sombrilla, una chancla. Con suerte, un niño que lanza la pelota a su perro. Cuando ambos dejan de luchar, se dejan acunar por el vaivén de las olas. Oyen el mundo amortiguado por el susurro subacuático hasta que se van olvidando. Olvidando. Retoman su juego entre las algas sin percatarse de que los pájaros son peces, y el viento, corriente. El sol sigue arriba pero se ondula y flamea. Parece un sueño. El niño cree que duerme la siesta hasta que lanza demasiado fuerte y la pelota salta a la orilla. El perro intenta alcanzarla. Pero no puede. El niño distingue a un hombre y una mujer, a lo lejos. Intenta consolarlos, pero tampoco puede. Aún no ha aprendido que aquí, las palabras, suenan igual que la espuma.

El paseito. Ana Vidal



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Caminan rápido, aunque les duelan los pies dentro de las viejas botas. En un montículo junto a un claro del bosque paran y distribuyen a los prisioneros en fila. Primero los colocan de espaldas, como si no quisieran mirarles, pero cuando están todos dispuestos uno ríe y dice: no, mejor daros la vuelta, quiero veros bien, y trabajosamente, porque tienen los ojos vendados, se giran. Entonces se colocan ellos, uno enfrente de cada uno, apuntando, y dan la consigna: uno, dos, tres, ¡fuego!. Caen los cuerpos sobre la piedra. El más alto se acerca y tocando a uno con el pie le dice: Juanito, siempre te tiras antes de oír fuego, te toca prisionero otra vez. 

Veritas odium parit. Marco Denevi



Imagen tomada de la Red


Traedme el caballo más veloz -pidió el hombre honrado. Acabo de decirle la verdad al rey. 

La lucha. Rubén Abella


Imagen tomada de la Red


Una adivina le dijo que moriría en un accidente de tráfico, y desde entonces no ha vivido. Cada día es un tormento, una lucha titánica contra la tentación de dar un volantazo y poner fin a la incertidumbre.

Trofeo. Alberto Corujo


Imagen tomada de la Red

Años después de haberle perdido el rastro en aquella trágica expedición al Amazonas, de la que también formé parte, encontré a mi viejo colega Jon Satrústegui cuando paseaba por un mercadillo a las afueras de Quito. Habían pasado tantas cosas desde la última pelea, y el tiempo nos había cambiado tanto, que al instante comprendí que no iba a echarme nada en cara. Tomé la suya entre las manos, mientras la emoción se desbordaba en un raudal de lágrimas. Estaba muy estropeada, y reducida en exceso. Tanto, que tras arduo regateo pude adquirirla como colgante por un módico precio. 

domingo, 10 de enero de 2021

Unidad indivisible. Victoria Trigo Bello


Imagen tomada de la Red


Todo el mundo sabía que era una mujer bala, pero él, ciego de amor, separó las dos partes. La mujer se le clavó en el alma. La bala, en la sien. 

Tras la pared. Óscar Sipán

Imagen tomada de la Red


Los oigo copular a todas horas, tras la pared de mi habitación. Quizás debí emparedarlos por separado. 

El lector impaciente. Raúl Sánchez Quiles


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El lector impaciente siempre empezaba los libros por el final. Abría la última página y ojeaba la última frase. Si le gustaba, no leía nada más. Si le disgustaba, tampoco. 

Gatos por la ventana. Agustín Martínez Valderrama

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A ella, estaba claro, le gustaban los chicos malos que le tocaban el culo, escribían poemas de amor y tiraban gatos por la ventana. Aunque ahora es una musa célebre y procura guardar las apariencias. Viste en boutiques. Veranea en Saint-Tropez. Y bebe champán francés. Siempre fue muy coqueta, caprichosa y ligera de cascos. Sin embargo, desde que inspira best-sellers apenas frecuenta los cabarets. Y no se acuesta con poetas. Conmigo suele hacer una excepción. Le divierte recordar viejos tiempos. Luego, desaparece. Y me deja su ausencia y la nevera vacías. Yo, mientras espero que vuelva, sigo tirando gatos por la ventana. Pero ya nunca caen de pie. 

Rueda de reconocimiento. Manuespada


Imagen tomada de la Red


Entonces reconocí la mirada de la fotografía. Era aquel cerdo del callejón. El policía asintió con la cabeza y le dio el retrato a otro agente. Dicta una orden de busca y captura, le dijo. A la semana siguiente me llamaron para un rueda de reconocimiento. Me pusieron tras un cristal y entraron cinco hombres. ¿Cuál de ellos lo hizo?, me preguntaron. Dudé un instante, pero después de examinar los ojos de todos lo tuve claro: El de la camisa azul. A los otros cuatro los soltaron, pero yo seguí al del jersey rojo hasta su casa. Saqué las tijeras y le dije: ¿Te acuerdas de mí? 

Concesión. Víctor Lorenzo Cinca


Imagen tomada de la Red 


El anciano pide el deseo, cierra los ojos, y esperanzado sopla las velas de la tarta de su ochenta aniversario. Cuando los abre, las ve todas apagadas. Las veinte. 

sábado, 9 de enero de 2021

Naufragio. Ana María Shua

Foto tomada de la Red

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque! repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio. 

El dinosaurio. Augusto Monterroso

Foto obtenida de la Red

 
Cuando despertó el dinosaurio todavía seguía allí.