lunes, 3 de enero de 2022

Timba. Rubén Abella


Imagen tomada de la Red


-Me juego a mi mujer.

En otras circunstancias habría sonado a broma, pero después de catorce horas ininterrumpidas de póquer Jonás había perdido los ahorros, la furgoneta y la casa, y ninguno de los presentes aquella noche en el bar Oasis dudó de que la apuesta iba en serio. Todas las miradas se clavaron en Telma, quien se protegió de ellas como pudo, clavando la suya en el tapete. Héctor hizo un abanico con las cartas y pensó.

-Veo –dijo al fin, y extendió sobre la mesa un full de damas y ochos.

Ni siquiera esperó a que Jonás mostrase su inútil trío de reyes. Recogió el dinero, los cheques y las llaves y, en medio de un tenso silencio, se llevó a Telma.

En la alborotada discusión que siguió a su marcha todos estuvieron de acuerdo en que Telma se había ido llorando. Todos menos Zenón, que la vio de cerca cuando pasaba junto a la barra y se empeñó en decir que reía. Pero, ¿quién iba creer a un borracho?

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