Imagen tomada de la Red
Años después de haberle perdido el rastro en aquella trágica expedición al Amazonas, de la que también formé parte, encontré a mi viejo colega Jon Satrústegui cuando paseaba por un mercadillo a las afueras de Quito. Habían pasado tantas cosas desde la última pelea, y el tiempo nos había cambiado tanto, que al instante comprendí que no iba a echarme nada en cara. Tomé la suya entre las manos, mientras la emoción se desbordaba en un raudal de lágrimas. Estaba muy estropeada, y reducida en exceso. Tanto, que tras arduo regateo pude adquirirla como colgante por un módico precio.
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