Imagen tomada de la Red
Las olas, a veces, salen del mar. Abren sus fauces de agua y consiguen atrapar una gaviota, una sombrilla, una chancla. Con suerte, un niño que lanza la pelota a su perro. Cuando ambos dejan de luchar, se dejan acunar por el vaivén de las olas. Oyen el mundo amortiguado por el susurro subacuático hasta que se van olvidando. Olvidando. Retoman su juego entre las algas sin percatarse de que los pájaros son peces, y el viento, corriente. El sol sigue arriba pero se ondula y flamea. Parece un sueño. El niño cree que duerme la siesta hasta que lanza demasiado fuerte y la pelota salta a la orilla. El perro intenta alcanzarla. Pero no puede. El niño distingue a un hombre y una mujer, a lo lejos. Intenta consolarlos, pero tampoco puede. Aún no ha aprendido que aquí, las palabras, suenan igual que la espuma.
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